sábado, 4 de junio de 2016

La luz

LA LUZ DEL MUNDO

Mateo 5:14-15
Vosotros   sois   la   luz   del   mundo.   Una   ciudad   situada  en   una   colina   no   puede   pasar inadvertida.  Tampoco   se enciende  una  lámpara  para  meterla   debajo  de  un  cajón, sino  para ponerla a la vista para que dé luz a todos los de la casa.

Podría decirse que éste es el mayor cumplido que se le haya hecho jamás al cristiano individual, porque en él Jesús manda al cristiano que sea lo que Él mismo afirmó ser. Jesús dijo: «Mientras estoy  en  el   mundo, luz  soy   del  mundo»  (Juan  9:5). 
Cuando   Jesús  mandó  a   sus  seguidores  que fueran las luces del mundo, les pedía que fueran como Él mismo, ni más ni menos.
Cuando Jesús dijo estas palabras, estaba usando una expresión que les resultaría familiar a los judíos que la oyeron por primera vez. Ellos llamaban a Jerusalén «una luz para los gentiles;» y a un famoso rabino le solían llamar «una lámpara de Israel.» Pero la forma en que usaban los judíos esta expresión nos da la clave de cómo la usó Jesús. De una cosa estaban los judíos completamente seguros: ninguna persona encendía su propia luz.
Jerusalén   era   sin   lugar   a   duda   una   luz   para   los   gentiles,   pero   había   sido   Dios   el   Que   había encendido la lámpara de Israel. La luz que brillaba en la nación o en la persona piadosa era una luz prestada.   Así   sucede   también   con   el   cristiano.   La   exigencia   de   Jesús   no   es   que   cada   uno   de nosotros deba, como si dijéramos, producir su propi a luz. Debemos brillar con el reflejo de Su luz. El resplandor que se advierte en la vida del cristiano viene de la presencia de Cristo en su corazón. A veces hablamos de una  novia radiante,  pero la luz que irradia viene del amor que ha nacido en su corazón.
Cuando Jesús dijo que los cristianos debemos ser la luz del mundo, ¿qué quería decir?
(1)   Una   luz  es  algo  que  en   primer   lugar   y  principal mente  está   para  que   se  vea.


  
Las  casas   de Palestina eran muy oscuras, con una sola ventana circular de medio metro de diámetro. La lámpara era como una salsera llena de aceite y con una mecha. No era nada fácil encender una lámpara cuando no había ni cerillas. Normalmente la lámpara se colocaba en un candelero o soporte, que en muchos casos no era más que un soporte de madera toscamente tallada; pero cuando la gente se salía de la habitación, por seguridad, quitaban la lámpara del candelero y la ponían debajo de un cajón de arcilla de medir el grano para que siguiera ardiendo sin riesgo hasta que volviera alguien. El deber primario de la luz de la lámpara era que se pudiera ver.

Así es que el Cristianismo es algo que se tiene que dejar ver. Como ha dicho bien alguien: « No puede haber tal cosa como un discipulado secreto; porque, o el secreto acaba con el discipulado, o el  discipulado  con  el  secreto.»  Nuestro  cristianismo  tiene  que   ser  perfectamente  visible  a  todo  el mundo.
Además, este Cristianismo no tiene que dejarse ver solamente en la iglesia. Un cristianismo cuyos efectos no salen de las puertas de la iglesia no le sirve a nadie gran cosa. Una ciudad que está situada sobre un monte, no se puede esconder de la vista de nadie. Los que van por el valle, la ven arriba en la altura. Los que están en otra montaña, también la ven. Los que vuelan sobre aquel monte, la ven en la cima. Es imposible que una ciudad que está a la vista de todos pueda pasar desapercibida.
Nosotros somos como una ciudad asentada sobre un monte. Todo el mundo nos ve. Desde el momento en que se enteran de que somos cristianos, todos nos observan. Además, el Señor nos está diciendo aquí que al ser luz en Él, no podemos esconder de los demás lo que somos. Es como si fuéramos antorchas vivientes que allí donde estamos o donde vamos, desprendemos luz. La razón de ser luz es para alumbrar, y con esa luz, manifestar todas las cosas
Ese es el motivo por el que somos luz en el Señor, para ser vistos de todos: Debería ser más visible todavía   en   las   actividades   normales   y   corrientes.   Nuestro   Cristianismo   debe   dejarse   ver   en   la manera como tratamos al dependiente de la tienda al otro lado del mostrador, en nuestra manera de encargar una comida en el restaurante, en nuestra forma de tratar a nuestros empleados o de servir a nuestros superiores, en nuestra manera de practicar un deporte o jugar a un juego, o conducir o aparcar un vehículo, en el lenguaje cotidiano que usamos y en lo que leemos cada día. Un cristiano debe serlo en la fábrica, el taller, los astilleros, la mina, la escuela, la consulta médica, la cocina, el campo de béisbol o fútbol, exactamente lo mismo que en la iglesia. Jesús no dijo: «Vosotros sois la luz de la Iglesia»,  sino: «Vosotros sois la luz del  mundo.»  Así que  nuestro cristianismo se  tiene que  hacer evidente a todos por nuestra manera de vivir en el mundo.
(2) Una luz es un guía.
En cualquier río podemos ver una serie de luces que marcan el camino que deben seguir los barcos para su seguridad. Cuando un avión baja en un aeropuerto de noche. Sabemos lo difícil que resulta transitar por las calles de la ciudad cuando hay un apagón. Una luz es algo que fa cilita el camino.
Así que un cristiano debe indicarles el camino a los demás. Es decir: el cristiano está obligado a ser un ejemplo. Una de las cosas que más necesita este mundo son personas que estén preparadas a ser focos de bondad. Supongamos que hay un grupo de gente, y que alguien propone que se haga algo dudoso. A menos que alguien se oponga abiertamente, aquello se hará. Pero si alguien se pone en pie y dice: «No contéis conmigo para eso,» otro, y otro, y otro se levantarán y dirán: «Ni conmigo tampoco.» Pero si no se les hubiera dado ejemplo, se habrían callado.
Hay muchas personas en este mundo que no tienen la fuerza moral ni el coraje para mantenerse firmes en solitario; pero si otro se adelanta, le seguirán; si cuentan con alguien suficientemente fuerte o seguro en quien apoyarse, harán lo que deben. Es el deber del cristiano adoptar la posición que luego   secundará   el   hermano   más   débil,   iniciar   la   marcha   que   otros   con   menos   coraje   seguirán después. El mundo necesita luces guiadoras; hay personas esperando y anhelando la dirección para hacerlo que no se atreverían a emprender solas.
(3) Una luz esa menudo una advertencia
A menudo se usa la luz para advertir de un peligro que acecha más adelante. Algunas   veces   el   cristiano   tiene   la   obligación   de   presentarles   a   los   demás   la   necesaria advertencia. Eso es a menudo difícil, especialmente hacerlo de forma que no haga más daño que bien;   pero   una   de   las   más   desgarradoras   tragedias   de   la   vida   es   que   nos  venga   alguno, especialmente un joven, y nos diga: « No me encontraría en esta situación si me lo hubieras advertido a tiempo.»
Se decía de la famosa maestra y educadora que, si alguna vez tenía ocasión de corregir a sus estudiantes   lo   hacía   «   poniéndole   el   brazo   alrededor   de   los   hombros.»   Si   hacemos   nuestra advertencia, no con enfado ni crítica, sino con amor, será eficaz. El cristiano debe ser una de estas luces que se pueden ver, que advierten y que guían.
BRILLANDO PARA DIOS
Mateo 5:16
Que brille así vuestra luz delante de la gente, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el Cielo. Aquí hay dos cosas de suprema importancia.
  1. La gente tiene que ver nuestras buenas obras.
En griego hay dos palabras para bueno. Esta la palabra agathós, que simplemente define la calidad de una cosa como buena; por otro lado, está la palabra kalós, que quiere decir que no solamente es buena, sino también hermosa y atractiva. La palabra que se usa aquí es kalós.
Las buenas obras del cristiano tienen que ser no sólo buenas, sino también atractivas. Tiene que haber un cierto encanto en la bondad cristiana. La  tragedia de mucho de lo que se considera bueno es que tiene un elemento de dureza y de frialdad y de austeridad. Hay una bondad que atrae, y una bondad   que   repele.   Hay   un   cierto   encanto   en   la   verdadera   bondad   cristiana   que   la   hace encantadora.
  1. Las buenas  obras   deben   atraer   la   atención,   no   a nosotros, sino a Dios.
 Este  dicho de Jesús es una prohibición total de lo  que  alguien ha llamado «bondad teatral.» En una conferencia en la que estaba presente D. L. Moody había también algunos jóvenes que tomaban su fe cristiana muy en serio. Una noche tuvieron una vigilia de oración. Cuando llegaban de ella por la mañana se encontraron con Moody, que les preguntó qué habían estado haciendo. Se lo dijeron,   y   añadieron:   «¡Señor   Moody,   vea   cómo   nos   brilla   el   rostro!».   Moody   les   contestó   muy cortésmente: «Moisés no sabía que le relucía el rostro.» La bondad que es consciente, que llama la atención a sí misma, no es la bondad cristiana.
Uno de los historiadores antiguos escribió acerca de Enrique V después de la batalla de Agincourt: «Tampoco permitió que se hicieran canciones ni que las cantaran los juglares acerca de su gloriosa victoria; porque quería que toda la alabanza y la gloria y la acción de gracias se Le dieran a Dios.» El cristiano no piensa nunca en lo que él ha hecho, sino en lo que Dios le ha capacitado para hacer.
Nunca   trata   de   atraer   las   miradas   de   la   gente,   sino siempre   en   dirigirlas   a   Dios.   Mientras   las personas estén pensando en las alabanzas, las gracias y el prestigio que obtendrán por lo que han hecho, no han empezado todavía a recorrer el camino cristiano de veras




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