LA LUZ DEL MUNDO
Mateo 5:14-15
Vosotros
sois la luz del mundo.
Una ciudad situada
en una colina
no puede pasar inadvertida. Tampoco
se enciende una lámpara
para meterla debajo
de un cajón, sino
para ponerla a la vista para que dé luz a todos los de la casa.
Podría decirse que éste es el mayor
cumplido que se le haya hecho jamás al cristiano individual, porque en él Jesús
manda al cristiano que sea lo que Él mismo afirmó ser. Jesús dijo: «Mientras
estoy en
el mundo, luz soy
del mundo» (Juan
9:5).
Cuando
Jesús mandó a
sus seguidores que fueran las luces del mundo, les pedía que
fueran como Él mismo, ni más ni menos.
Cuando Jesús dijo estas palabras, estaba
usando una expresión que les resultaría familiar a los judíos que la oyeron por
primera vez. Ellos llamaban a Jerusalén «una luz para los gentiles;» y a un
famoso rabino le solían llamar «una lámpara de Israel.» Pero la forma en que
usaban los judíos esta expresión nos da la clave de cómo la usó Jesús. De una
cosa estaban los judíos completamente seguros: ninguna persona encendía su
propia luz.
Jerusalén
era sin lugar
a duda una
luz para los
gentiles, pero había
sido Dios el
Que había encendido la lámpara
de Israel. La luz que brillaba en la nación o en la persona piadosa era una luz
prestada. Así sucede
también con el
cristiano. La exigencia
de Jesús no
es que cada
uno de nosotros deba, como si
dijéramos, producir su propi a luz. Debemos brillar con el reflejo de Su luz.
El resplandor que se advierte en la vida del cristiano viene de la presencia de
Cristo en su corazón. A veces hablamos de una
novia radiante, pero la luz que
irradia viene del amor que ha nacido en su corazón.
Cuando Jesús dijo que los cristianos
debemos ser la luz del mundo, ¿qué quería decir?
Las
casas de Palestina eran muy
oscuras, con una sola ventana circular de medio metro de diámetro. La lámpara
era como una salsera llena de aceite y con una mecha. No era nada fácil
encender una lámpara cuando no había ni cerillas. Normalmente la lámpara se
colocaba en un candelero o soporte, que en muchos casos no era más que un
soporte de madera toscamente tallada; pero cuando la gente se salía de la
habitación, por seguridad, quitaban la lámpara del candelero y la ponían debajo
de un cajón de arcilla de medir el grano para que siguiera ardiendo sin riesgo
hasta que volviera alguien. El deber primario de la luz de la lámpara era que
se pudiera ver.
Así es que el Cristianismo es algo que se
tiene que dejar ver. Como ha dicho bien alguien: « No puede haber tal cosa como
un discipulado secreto; porque, o el secreto acaba con el discipulado, o
el discipulado con
el secreto.» Nuestro
cristianismo tiene que
ser perfectamente visible
a todo el mundo.
Además, este
Cristianismo no tiene que dejarse ver solamente en la iglesia. Un cristianismo
cuyos efectos no salen de las puertas de la iglesia no le sirve a nadie gran
cosa. Una ciudad que está situada sobre un monte, no se puede esconder de la
vista de nadie. Los que van por el valle, la ven arriba en la altura. Los que están
en otra montaña, también la ven. Los que vuelan sobre aquel monte, la ven en la
cima. Es imposible que una ciudad que está a la vista de todos pueda pasar
desapercibida.
Nosotros
somos como una ciudad asentada sobre un monte. Todo el mundo nos ve. Desde el
momento en que se enteran de que somos cristianos, todos nos observan. Además,
el Señor nos está diciendo aquí que al ser luz en Él, no podemos esconder de
los demás lo que somos. Es como si fuéramos antorchas vivientes que allí donde
estamos o donde vamos, desprendemos luz. La razón de ser luz es para alumbrar,
y con esa luz, manifestar todas las cosas
Ese es el
motivo por el que somos luz en el Señor, para ser vistos de todos: Debería ser más
visible todavía en las
actividades normales y
corrientes. Nuestro Cristianismo debe
dejarse ver en
la manera como tratamos al dependiente de la tienda al otro lado del
mostrador, en nuestra manera de encargar una comida en el restaurante, en
nuestra forma de tratar a nuestros empleados o de servir a nuestros superiores,
en nuestra manera de practicar un deporte o jugar a un juego, o conducir o
aparcar un vehículo, en el lenguaje cotidiano que usamos y en lo que leemos
cada día. Un cristiano debe serlo en la fábrica, el taller, los astilleros, la
mina, la escuela, la consulta médica, la cocina, el campo de béisbol o fútbol, exactamente lo mismo que en
la iglesia. Jesús no dijo: «Vosotros sois la luz de la Iglesia», sino: «Vosotros sois la luz del mundo.»
Así que nuestro cristianismo
se tiene que hacer evidente a todos por nuestra manera de
vivir en el mundo.
(2)
Una luz es un guía.
En cualquier río podemos ver una serie de
luces que marcan el camino que deben seguir los barcos para su seguridad.
Cuando un avión baja en un aeropuerto de noche. Sabemos lo difícil que resulta
transitar por las calles de la ciudad cuando hay un apagón. Una luz es algo que
fa cilita el camino.
Así que un cristiano debe indicarles el
camino a los demás. Es decir: el cristiano está obligado a ser un ejemplo. Una
de las cosas que más necesita este mundo son personas que estén preparadas a
ser focos de bondad. Supongamos que hay un grupo de gente, y que alguien
propone que se haga algo dudoso. A menos que alguien se oponga abiertamente,
aquello se hará. Pero si alguien se pone en pie y dice: «No contéis conmigo
para eso,» otro, y otro, y otro se levantarán y dirán: «Ni conmigo tampoco.»
Pero si no se les hubiera dado ejemplo, se habrían callado.
Hay muchas personas en este mundo que no
tienen la fuerza moral ni el coraje para mantenerse firmes en solitario; pero
si otro se adelanta, le seguirán; si cuentan con alguien suficientemente fuerte
o seguro en quien apoyarse, harán lo que deben. Es el deber del cristiano
adoptar la posición que luego secundará el
hermano más débil,
iniciar la marcha
que otros con
menos coraje seguirán después. El mundo necesita luces
guiadoras; hay personas esperando y anhelando la dirección para hacerlo que no
se atreverían a emprender solas.
(3) Una luz esa
menudo una advertencia
A menudo se usa la luz para advertir de un
peligro que acecha más adelante. Algunas
veces el cristiano
tiene la obligación
de presentarles a
los demás la
necesaria advertencia. Eso es a menudo difícil, especialmente hacerlo de
forma que no haga más daño que bien;
pero una de
las más desgarradoras tragedias
de la vida
es que nos
venga alguno, especialmente un
joven, y nos diga: « No me encontraría en esta situación si me lo hubieras
advertido a tiempo.»
Se decía de la famosa maestra y educadora
que, si alguna vez tenía ocasión de corregir a sus estudiantes lo
hacía « poniéndole
el brazo alrededor
de los hombros.»
Si hacemos nuestra advertencia, no con enfado ni
crítica, sino con amor, será eficaz. El cristiano debe ser una de estas luces
que se pueden ver, que advierten y que guían.
BRILLANDO PARA
DIOS
Mateo 5:16
Que brille así vuestra luz delante de la
gente, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que
está en el Cielo. Aquí hay dos cosas de suprema importancia.
- La gente tiene que ver
nuestras buenas obras.
En griego hay dos palabras para bueno.
Esta la palabra agathós, que simplemente define la calidad de una cosa como
buena; por otro lado, está la palabra kalós, que quiere decir que no solamente
es buena, sino también hermosa y atractiva. La palabra que se usa aquí es
kalós.
Las buenas obras del cristiano tienen que
ser no sólo buenas, sino también atractivas. Tiene que haber un cierto encanto
en la bondad cristiana. La tragedia de
mucho de lo que se considera bueno es que tiene un elemento de dureza y de
frialdad y de austeridad. Hay una bondad que atrae, y una bondad que
repele. Hay un
cierto encanto en
la verdadera bondad
cristiana que la hace encantadora.
- Las buenas obras
deben atraer la
atención, no a nosotros, sino a Dios.
Este
dicho de Jesús es una prohibición total de lo que
alguien ha llamado «bondad teatral.» En una conferencia en la que estaba
presente D. L. Moody había también algunos jóvenes que tomaban su fe cristiana
muy en serio. Una noche tuvieron una vigilia de oración. Cuando llegaban de
ella por la mañana se encontraron con Moody, que les preguntó qué habían estado
haciendo. Se lo dijeron, y añadieron:
«¡Señor Moody, vea
cómo nos brilla
el rostro!». Moody
les contestó muy cortésmente: «Moisés no sabía que le
relucía el rostro.» La bondad que es consciente, que llama la atención a sí
misma, no es la bondad cristiana.
Uno de los historiadores antiguos escribió
acerca de Enrique V después de la batalla de Agincourt: «Tampoco permitió que
se hicieran canciones ni que las cantaran los juglares acerca de su gloriosa
victoria; porque quería que toda la alabanza y la gloria y la acción de gracias
se Le dieran a Dios.» El cristiano no piensa nunca en lo que él ha hecho, sino
en lo que Dios le ha capacitado para hacer.
Nunca
trata de atraer
las miradas de
la gente, sino siempre en
dirigirlas a Dios.
Mientras las personas estén
pensando en las alabanzas, las gracias y el prestigio que obtendrán por lo que
han hecho, no han empezado todavía a recorrer el camino cristiano de veras
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